Tornado afecta a los más chicos; tienen pesadillas, angustia y crisis de ansiedad.

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El tornado de Dolores arrasó con todo. También con las «ceibalitas». Quienes las conservan las comparten. En el estadio Carlos Magnone, donde de 120 evacuados 70 son niños, seis se sientan delante de una computadora a ver el dibujito animado de Los tres chanchitos. La historia es conocida: un lobo que sopla fuerte la casa de cada uno de ellos. La de paja se viene abajo. La de madera, también. Solo se salva la de ladrillos. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

Desde hace una semana son muchos los niños de la ciudad que se despiertan de madrugada. Tienen pesadillas. Sueñan con el tornado. Apenas ven que a una hoja la mueve el viento, lloran. La Administración de Servicio de Salud del Estado (ASSE) dispuso de cuatro móviles que van por los barrios más afectados. Uno lleva pediatra, psicóloga y enfermera.

«Lo que más vemos son cuadros respiratorios, infecciones y pesadillas», cuenta la pediatra Camila Silveira, que fue enviada desde Montevideo para atender a los niños de Dolores. En el barrio San Lorenzo, donde la ambulancia de ASSE se detuvo y los profesionales recorren a pie cuadra por cuadra, son muchas las casas sin techo, las paredes caídas y los vecinos que aún mantienen intactos sus rostros de pánico. «Recién nos pidieron que volvamos otro día, para que veamos a un adolescente que ahora no está en su casa y que dicen que necesita una ayuda psicológica», explica la doctora.

«En los niños aparece la angustia, la ansiedad. Han retomado en la medida que pueden su vida cotidiana, juegan, están con sus hermanos. Una vecina nos dijo que los chicos están viviendo todo esto como una aventura», señala la psicóloga Daniela López, que reside en Mercedes y que hace a diario los 38 kilómetros que separan esta ciudad de la de Dolores para tender una mano.

En el estadio Carlos Magnone los niños hacen lo que sea para quemar el tiempo, desde usar las «ceibalitas» a jugar a las cartas. «Nos ofrecieron algunos shows infantiles, pero con el tema de que siguen las lluvias no los hemos podido hacer», explica la encargada del refugio y directora de Acción Social de la Intendencia de Soriano, María Fajardo. En tanto, en los barrios, los más grandes intentan ayudar en lo que pueden. Se calzan botas y guantes e intentan sacar lo que sea que sirva desde los escombros.
Las aulas.

Frente a la escuela 102 tres niños juegan al futbolito. Es el único juguete que les quedó tras el feroz tornado. Aún hace pocas horas que vivieron una pesadilla. «Un nene se lastimó el brazo», cuenta Belén de cuatro años y los ojos quieren salírsele de la cara.

Ella, con otros 60 niños, se tiró en el piso del baño de profesores y en el pasillo que está pegado a este. Las maestras los refugiaron allí. Una les cantaba fuerte mientras el zumbido ensordecedor pasaba por la institución.

«La maestra les cantaba para tratar de amortiguar el terror, el pánico que había, se tiraron al piso atrás de una mampara», cuenta la directora María Isabel Viurrarena. Lo primero que hizo el tornado fue arrasar con todos los vidrios. Por este empezaron a pasar piedras de las columnas que se iban rompiendo. Varias de ellas impactaron contra la mampara y la destrozaron. Algunos niños se cortaron. Fueron heridas menores.

La 102 es una escuela Aprender, es decir que es para niños de contexto socioeconómico crítico. La mayoría de ellos vivían en casas muy precarias. Viurrarena sostiene que según un relevamiento que han hecho el 90% de sus alumnos se quedó sin hogar. «Los niños están muy afectados psicológicamente», señala.

En martes hubo una reunión en la escuela. Nicolás, de cuatro años, increpó al presidente de la comisión de padres para preguntarle por su hija, que es compañera suya de clase:

—¿Isabela cómo está?
—Bien, ella está bien.
—¿Está bien? ¿Seguro que no se murió?
—No, quedate tranquilo que está bien.
—Ah, porque yo quiero verla, quiero pedirle perdón, quiero decirle que no la voy a pelear nunca más.

«Tienen cuatro años y él estaba desesperado por pedirle disculpas —explica la directora. Porque él tomó como que lo que pasó fue por culpa de su comportamiento. Hay muchos niños que creen que esto fue un castigo porque se portaron mal. Es horrible».

Rita es la cocinera de la escuela. Lo primero que hizo tras el paso del tornado fue ir a buscar a su nieto, que estaba en el liceo N° 1. El joven, de 15 años, que físicamente está bien, jura que el monumento que está en la plaza frente al centro educativo, la cual se ve desde su salón, se fue con el tornado. «No se voló nada. Lo llevamos, se lo mostramos, pero él no lo ve. Lo vamos a hacer atender con psicólogo. Quedó como detenido en el tiempo», dice la abuela.
Fuente: http://www.elpais.com.uy/informacion/creen-tornado-dolores-castigo-portarse.html

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